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Modernización Agraria en el Chile del Siglo XIX. Los "Hacendados Progresistas" y La Exposición Nacional de Agricultura de 1869 Claudio Robles
University of California, Davis

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"Cuando cierren las puertas de este edificio tras de las sandalias del último labriego que venga a maravillarse o a aprender, esos admirables aparatos que en todas direcciones nos rodean, uncidos al yugo o propulsados por la condensación de un poco de agua oprimida en un cilindro, irán a esparcirse por todo el país como una lluvia de progreso. El capital así adquirido y devuelto enseguida por la tierra, hace de este ensayo no sólo una fiesta pintoresca, convirtiéndolo en una feria de riqueza, en un pingüe negocio nacional".(Benjamín Vicuña Mackenna, Discurso de Inauguración de la Exposición Nacional de Agricultura, 1869)

Bajo un sol brillante y "empavesada como en los grandes días de los regocijos nacionales", Santiago vivió una jornada inusualmente agitada el 5 de mayo de 1869. Al mediodía, la expectación de quienes se dirigían a la estación del Ferrocarril del Sur, al poniente de la ciudad, se multiplicó al escuchar la salva de 21 cañonazos disparada en "la fortaleza de Hidalgo" para saludar la llegada del presidente de la República al palacio de La Moneda y "anunciar al pueblo que se acercaba el momento tan esperado para la inauguración de un acto de tanta trascendencia como la Esposicion de Agricultura". Luego, en compañía de los miembros del cuerpo diplomático y de "las corporaciones civiles y militares", el presidente José Joaquín Pérez abordó el tren especial que, "adornado con vistosas banderas y arrastrando dos bandas de música que alternaban sus alegres tocatas", lo llevaría a la estación "en majestuosa carrera en medio de una multitud que se agolpaba a los alrededores" (Covarrubias 1869: 140).

Al final del trayecto, el recinto de la Exposición Nacional de Agricultura se presentaba "imponente y a la vez ameno". En el primer patio, destinado a la exhibición de las máquinas y herramientas, una enorme bandera nacional recibía a los visitantes. Los emblemas extranjeros, en tanto, pendían de elevados mástiles adornados con "grandes águilas" que sostenían entre sus garras escudos con inscripciones alegóricas al día: "La tierra es nuestro primer capital", "Agricultura, madre de las artes", "El agricultor engrandece a la patria". Al centro, en un "gracioso jardín" rodeado de césped, un estanque y surtidero de agua potable "servían para su riego y el recreo de los espectadores". Al fondo, frente a la entrada principal y cubierta "con los pabellones de todas las naciones amigas", se levantaba la plataforma destinada a recibir al presidente y a su comitiva oficial, de manera que "¡Magnífico era el golpe de vista...cuando S.E. hizo entrada en medio de un torbellino de asistentes que a porfía deseaban verlo y presenciarlo todo!" (Covarrubias 1869: 140-2).

Aun cuando se realizó en la ciudad de Santiago, la exposición que el presidente Pérez se disponía a inaugurar respondía más bien a importantes cambios que se estaban produciendo en los campos de Chile central. Las exportaciones de trigo al mercado británico habían estimulado una importante expansión del sistema de hacienda. Este, sin embargo, enfrentaba los problemas derivados de la crisis de las empresas campesinas y la migración masiva de trabajadores rurales. Para los terratenientes, esta última se tradujo en el agotamiento de la oferta de mano de obra barata, hecho que, como muchos contemporáneos, percibieron como una recurrente "escasez de brazos" especialmente aguda en la temporada de cosechas. A juicio de un grupo de auto-denominados "agricultores progresistas", la solución no era otra que fomentar en Chile la utilización de las innovaciones tecnológicas, particularmente máquinas y herramientas, de uso común en los países en los que la agricultura era una actividad "moderna". Más aun, ese sector de terratenientes se plantearía impulsar una limitada modernización de la agricultura nacional cuyo énfasis sería técnico y no social. La Exposición Nacional de Agricultura fue el primer paso en la implementación de ese proyecto modernizador.



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Expansión Agraria, Hacendados y Campesinos

Como muchos elementos de los proyectos históricos de las elites latinoamericanas, la pretensión modernizadora de ciertos sectores de la oligarquía terrateniente chilena y, en particular, su interés por la "mecánica agrícola moderna" fueron, en una importante medida, producto de su selectiva asimilación de los paradigmas positivistas de progreso surgidos en la modernidad liberal del mundo noratlántico (Hernández 1966, Izquierdo 1968). Sin embargo, en el contexto de la coyuntura de fines de la década de 1860, esta opción respondía también a estímulos más prosaicos. A juicio de los "hacendados progresistas", intensificar la modernización tecnológica que hasta entonces se limitaba a un sector de "fundos modelo" era imprescindible para asegurar la continuidad del ciclo exportador que, desde mediados de siglo, había estimulado la más espectacular expansión productiva de la agricultura chilena post colonial.

En una coyuntura caracterizada por el comienzo de una tendencia al aumento de la oferta mundial y la disminución de los precios internacionales, las perspectivas para las exportaciones de trigo chileno eran poco auspiciosas (Bauer 1975: 67-73). Para un sector de grandes terratenientes normalmente informados de las tendencias del mercado internacional, era previsible el impacto negativo que tendría la incorporación de nuevos competidores. Probablemente por la experiencia de los espectaculares pero efímeros ciclos exportadores a California (1850-1855) y Australia (1860-1865), respecto de las exportaciones hacia el mercado británico existía una clara percepción en cuanto a que, en adelante, la presencia del trigo chileno en el mercado externo dependería cada vez más de la capacidad de los hacendados para aumentar la competitividad, ya fuera reduciendo los costos de producción o aumentando la productividad. De hecho, algunos analistas consideraban que las hasta entonces crecientes exportaciones sólo habían sido posibles por factores coyunturales. Julio Menadier, futuro redactor jefe del Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, observó que aunque Chile tenía todavía "recursos inagotables...que pocos o ningun país posee en tanta estensión y abudancia", en realidad los hacendados de Chile Central habían obtenido beneficios sólo "a consecuencia del precio alto en Europa". Por ello, Menadier advertía, "descendido éste ahora al promedio, debe también bajarse el precio de produccion y limitarse la ganancia en tal grado que se pueda abastecer al mercado inglés, y sin interrupciones perjudiciales" (Menadier 1869: 422).

El proyecto modernizador de los "hacendados progresistas" estaba determinado también por las contradicciones desatadas por la expansión productiva en la sociedad rural. En particular, por la desestabilización de la estructura laboral de las haciendas; la que, a su vez, era producto de la crisis de las economías campesinas a la que conduciría dicha expansión (Bauer 1971 & 1975, Kay: 1971). Además de una incipiente mecanización de las cosechas, ese proceso operó sobre la base de una extraordinaria ampliación de la superficie cultivada y una creciente presión sobre las instituciones laborales. Ello significó que las tenencias y "regalías" sobre las que, precariamente por cierto, se sustentaba el campesinado, tendieran a reducirse al mínimo indispensable para su subsistencia; esto es, sólo para asegurar la reproducción de su fuerza de trabajo, pero no su autonomía productiva (Santana 1980). En el caso de los inquilinos, sus empresas campesinas comenzaron a ser anuladas por la crecientes obligaciones laborales que fueron empujados a desempeñar en la expansiva demesne de las tierras patronales. Con respecto a ese proceso, resultan ilustrativos los juicios formulados por diversos observadores. En 1871, por ejemplo, al referirse a la situación del inquilinaje en el entonces departamento de Caupolicán, el hacendado Santiago Prado señaló que

lo natural es que los inquilinos labren sus tierras mal y a destiempo, que no den esmerada atención a sus chacras y que recojan sus cosechas cuando los animales que han de talar el barbecho estén sobre los sembrados.
Además, a diferencia del naturalista francés Claude Gay quien, treinta años atrás había apuntado que el inquilinaje constituía "una verdadera clase de la nacion y puede por su trabajo y su conducta obtener todos los derechos de hombre independiente", Prado añadió que
si de la condición material y moral del trabajador del campo pasamos a su condición social, a sus relaciones con la autoridad, se podría asegurar que esas relaciones son de tal naturaleza que rayan en lo imposible. En estos lugares, la idea de autoridad implica necesariamente la idea de un poder sin contrapeso, sin revisión, sin responsabilidad.
Así, entonces, concluyó señalando que esas condiciones eran "el martirio del campesino, espuesto siempre a ser estrujado como una naranja" (Prado 1871: 391-3; Gay 1973: 182-3). En este mismo sentido, cuatro años antes, un temprano crítico social había resumido la situación del inquilino sentenciando que: "Es un individuo sin nombre, sin relaciones y sin porvenir" (Domínguez 1867: 296).

Ante la expansión de la economía hacendal, las respuestas de los campesinos fueron tan diversas como, entre otras, el bandolerismo y la emigración. Sin embargo, su comportamiento no podía sustraerse al impacto de los procesos de expansión y diversificación a través de los cuales la economía chilena experimentaba su contradictoria transición hacia el capitalismo. En ese contexto, el crecimiento de los demás sectores y la expansiva inversión estatal en infraestructura requirieron de la formación de un mercado laboral propiamente moderno. Dada la escasa significación de otras vías de provisión de fuerza de trabajo, como por ejemplo la inmigración, ese mercado laboral tendió, no sin dificultades, a nutrirse y a incentivar, incluso, la emigración de las, ahora, crecientes masas de población rural excedente. Pese a la dificultad de precisar su magnitud dada la ausencia de información estadística confiable y a que, intereses de por medio, las apreciaciones de los contemporáneos fueron contradictorias, el hecho central es que un número considerable de trabajadores abandonó el campo en búsqueda de nuevas alternativas de vida. Arnold Bauer señala que esta situación "se hizo aguda por primera vez en la década de 1870, cuando miles de hombres y mujeres de los distritos rurales tomaron trenes y caminos para dirigirse a las zonas mineras y a las ciudades" (Bauer 1992: 191-2).

El impacto del así llamado "éxodo rural" sobre el funcionamiento de la agricultura del sistema de hacienda fue significativo. Aunque durante la mayor parte del ciclo productivo los requerimientos laborales se limitaban a un contingente reducido de trabajadores permanentes, el bajo nivel de mecanización inicial imperante en relación al incremento de la superficie cultivada, hacía indispensable el enganche masivo y rápido de trabajadores temporales que, en calidad de peones, se incorporaban casi exclusivamente en las cosechas. Como resultado del "éxodo rural", las haciendas comenzaron a acusar las consecuencias de su efecto inmediato: el agotamiento de la hasta entonces abundante oferta de mano de obra barata, hecho que los contemporáneos advirtieron como una estacional pero cada vez más aguda "escasez de brazos". Más allá de las exageración con que fue debatida, la reducción de la oferta de mano de obra facilitaba a los trabajadores rurales presionar por mejores salarios en circunstancias en que la demanda de "brazos" en las faenas agrícolas era mayor y más crítica. Ese era el caso de las cosechas de trigo, las que debían llevarse a cabo en no más de dos a tres semanas, antes de que este estuviese demasiado maduro y se cayera el grano o, como en el sur, para prevenir pérdidas por lluvias tempranas (Bauer 1971: 1078). Además, los trabajadores podían obtener mejores salarios en otras actividades que, como las obras públicas, también se intensificaban en el verano.

De esta manera, por su magnitud, evidentemente mayor que cualquier situación semejante en el pasado, como por sus consecuencias para el funcionamiento de las haciendas, el fenómeno migratorio se convirtió, especialmente en los años setenta del siglo diecinueve, en un asunto cada vez más recurrente no sólo para los terratenientes, sino también para quienes se interesaron por la suerte de aquellos "brazos" que, en la expresión de un agudo observador, dejaban el campo para salir "a rodar tierras" (Orrego Luco 1961: 51). En tanto, para los "agricultores progresistas" la así percibida creciente "escasez de brazos" se convirtió en un argumento central del discurso modernizador a través del que intentaban promover la introducción de las innovaciones tecnológicas asociadas a la, como gustaban decir, "agricultura práctica" o "científica". Como demostraría la Exposición de 1869, en ese proyecto modernizador la maquinaria agrícola tenía una importancia fundamental.

Agricultores Progresistas y Proyecto Modernizador

La Exposición Nacional de Agricultura fue, en realidad, el primer paso de la modernización que los "hacendados progresistas" pretendían impulsar en el Chile rural del último tercio del siglo diecinueve. Al plantearse semejante proyecto, los "agricultores progresistas" involucraron también a intelectuales y figuras públicas interesadas en el fomento de la agricultura, importantes comerciantes y agentes de las Commission Houses establecidas en Valparaíso y, en un rol secundario, a algunos industriales del incipiente sector metal-mecánico nacional. Pese a que sus intereses específicos eran diversos, e incluso contradictorios en algunos casos, esos sectores fueron los responsables de la realización de la Exposición y, en esa virtud, constituyeron una verdadera elite modernizadora. Esto por cuanto no sólo sus "ideas directrices estaban informadas por la significación imaginaria de la modernidad", sino porque también harían "uso de su poder para difundir la modernidad en la sociedad" (Wagner 1994: 20).

Por otra parte, el programa de los hacendados progresistas respondía, desde luego, a sus propios intereses y, por ello, la modernización que concebían era limitada. En lo esencial, aquella consistía en la adopción de las innovaciones tecnológicas de la llamada "segunda revolución agrícola". Significativamente, aun cuando la organización de la sociedad rural era ya denunciada por algunos críticos liberales como una anacronía de carácter "feudal", la "agricultura moderna" que imaginaban los hacendados progresistas no incluía ninguna alteración substantiva en el jerárquico orden social constituído en la hacienda. En lugar de ello, los terratenientes modernizadores propugnaban por transformaciones aparentemente exentas de conflictividad, como el desarrollo de la educación agrícola primaria y especialmente la enseñanza superior agronómica, la inmigración selectiva y la organización del conjunto de los "hacendados" como los agentes modernizadores fundamentales. En suma, se trataba de una modernización oligárquica. Así lo explicitarían los oradores en la inauguración de la Exposición.

Allí, después del ingreso de la comitiva presidencial y la ejecución del himno nacional, el presidente de la Comisión Organizadora de la Exposición Nacional de Agricultura, Alvaro Covarrubias, hizo uso de la palabra para explicar a "la concurrencia oficial...el objeto de la fiesta para que se le había invitado". A su juicio, con la realización de la exposición Chile se incorporaba a la nueva era en la que el mundo había entrado en la segunda mitad del siglo XIX, gracias a la expansión del comercio mundial y al triunfo -evidente "por la enseñanza de los hechos y la demostración de los principios de la ciencia"- de la doctrina del free trade. Así, era "natural" que las naciones intensificaran sus relaciones facilitando el intercambio recíproco de ideas y dedicaran sus "fuerzas productivas y todos los recursos de su inteligencia" al servicio del "alto fin social de adelanto y progreso que les cumple llenar". En ese contexto, Covarrubias explicó que, al convocar a la Exposición, "nuestra pequeña pero noble patria" se sumaba al "movimiento civilizador" no sólo para intensificar el intercambio con los "pueblos hermanos", con los cuales existía un interés común derivado de un "cultivo análogo y de un ventajoso y recíproco intercambio de productos"; sino especialmente con aquellos que "pueden traernos conjuntamente con su comercio, los adelantos de su industria, las ventajas de su propia experiencia" (Covarrubias 1869: 141).

Acceder a semejantes beneficios, especialmente a las últimas innovaciones en maquinaria y herramientas era un requisito esencial para impulsar la modernización de la agricultura, es decir, de la "industria primordial" del país. En tal sentido, Covarrubias explicó, los organizadores confiaban en que al exhibir tan "esmerado y abundante repertorio de máquinas e instrumentos de labranza", la exposición tuviese "consecuencias tan benéficas como trascendentales para el porvenir de la República". Esto porque, a pesar del predominio de primitivos métodos de cultivo "por desgracia no desterrados completamente", la capacidad del país para expandir las exportaciones de trigo al mercado británico a un ritmo sin precedentes permitía

abrigar la halagüeña esperanza de que, despertando ahora la Esposición una emulación saludable, contribuyendo a reemplazar las antiguas prácticas por los modernos sistemas de labranza y cultivo, jeneralicemos el uso de la maquinaria agrícola y prestando una mano poderosa y amiga al establecimiento de la enseñanza profesional, la producción tome un vuelo desconocido y sorprendente y las fuerzas vitales de nuestro suelo, aún virjen, se ostenten en todo su vigor y lozanía. (íd.: 144)
No obstante, las expectativas que tan conspicuos miembros de la elite modernizadora cifraban en un evento al que saludaban como la "aurora feliz para nuestra naciente industria agrícola", en ningún caso se limitaban al progreso material. La progresiva introducción de maquinaria que debía seguir como resultado de la exposición, haría aún más patente la necesidad de desarrollar la enseñanza agrícola profesional y, "de la misma manera que en Inglaterra, en Francia, Bélgica, Estados Unidos y otros pueblos", contribuiría a la creación de "escuelas especiales, de institutos agrícolas y de sociedades anónimas" que permitieran elevar la enseñanza de la agronomía "a la altura que le corresponde en nuestro país". (íd.: 144).


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Aun más, evidenciando la influencia del paradigma elaborado en torno a la figura del farmer, Covarrubias finalizó su discurso señalando que la eventual modernización agrícola también requeriría organizar el crédito hipotecario, pero ahora "bajo un sistema liberal que sirva de estímulo y fomento a la agricultura y a la industria"; así como la creación de "instituciones protectoras del trabajo", es decir aquellas
"que tienen por objeto facilitar al pequeño capitalista, al hombre de bien, los elementos de que ha menester para aprovechar los esfuerzos de su inteligencia y obtener alguna modesta compensación de sus fatigas (íd.: 144).

A continuación, se dirigió a la audiencia el secretario general de la comisión organizadora, Benjamín Vicuña Mackenna, quien, con característica elocuencia, analizó el significado y las proyecciones que "la gran escuela modelo de los campos de Chile" tenía para los "agricultores progresistas". La Exposición, señaló, era ante todo la obra de un "pensamiento creador" que, si bien ahora parecía "como escondido" en medio de esta "gran arena del genio humano", no era sino el esfuerzo de aquellos agricultores que veinte años atrás habían iniciado la introducción de la maquinaria moderna aprovechando las raras ocasiones en que "esas portentosas máquinas que, oíase decir, recorrían los campos del viejo mundo transformando la tierra" llegaban "como una aparición misteriosa a nuestras playas". Ahora, prosiguió Vicuña, gracias a esa "simiente escondida", al dar un enorme impuso a la hasta entonces incipiente difusión de maquinaria agrícola, la exposición pondría al alcance de todos los hacendados la solución para la recurrente "escasez de brazos" provocada por la, si no masiva, de todos modos inusitada emigración de trabajadores rurales:

Ayer el país lamentaba la espatriación de los robustos brazos que hacían fecundas la azada y el arado. Desde hoi las fuerzas perdidas están equilibradas. Porque esas moles que ajitan en el aire sus brazos de fierro traen en sus entrañas, como el caballo de Troya, una falanje de obreros que, al grito de una válvula, hallánse siempre prontos a emprender las más colosales faenas. El arado, el motor, el molino, son otros tantos emigrantes que vienen desde lejos, en reemplazo de los ausentes, a colonizar nuestros feraces valles y a henchirlos de jenerosa savia (Vicuña 1869: 152-3)
Sin embargo, tal como había explicado Covarrubias, para Vicuña la misión fundamental de los hacendados progresistas no era la sola organización de la exposición para promover la introducción de maquinaria agrícola, sino impulsar el progreso agrícola nacional en todos sus aspectos. Para que ello fuese posible, se requería que la "confraternidad de nobles intelijencias" trascendiera al evento que ahora se inauguraba y se procediese a la creación de una "Sociedad de Agricultura". Significativamente, Vicuña precisó que, para conseguir ese propósito, no obstante, tal sociedad debía constituirse por encima "del aire emponzoñado de las sectas y de las polémicas", es decir, de los conflictos políticos que tensionaban los últimos años de la así llamada República Portaliana. Lejos de la contingencia, la sociedad debía ser ante todo
una escuela cuya propaganda suba a las cátedras públicas de todos los establecimentos superiores de enseñanza, y a cuya sala de sesiones, abierta a la muchedumbre, sirvan, por último, de muros, los rústicos cercados de la hacienda modelo o los prados y jardines de una quinta de aclimatación (íd.: 153).
En suma, prosiguió Vicuña, tanto por sus beneficios inmediatos como por sus proyecciones en el largo plazo, la Exposición debía ser saludada como una verdadera gran fiesta del progreso nacional. Mientras que las fiestas de la colonia, como el "efímero homenaje al príncipe que nacía" o la "jura de un nuevo tirano", no eran más que las "míseras alegrías del esclavo"; en las de la República, "los cánticos del pueblo" recordaban no sólo el valor, sino también "la sangre de las batallas". En cambio, en la presente, dijo, se honraba "la hoz, el surco, la semilla, la yerba de los campos" y
el pueblo de Chile entona un himno que llega...en demanda de una lejítima e incruenta bendición, hasta el trono del Eterno: Derrámela entonces profusa y benigna el Ser de los seres, y que Chile sea grande en la libertad, en la paz y en el más grande y antiguo de sus atributos: en el TRABAJO! (íd.: 155).
En el preciso momento en que Vicuña concluía su discurso "todos los elementos de trabajo" fueron puestos en acción "como por una conmoción eléctrica", gracias al vapor que
silbaba por todas partes...dando juego a los complicados sistemas con que la mecánica hace a la materia intelijente y productora, y causando natural asombro en la concurrencia, que no cesaba de aplaudir interiormente ese majestuoso concierto (Covarrubias 1869: 155).
En medio de esa agitación, el Presidente de la República inició la visita oficial a los distintos pabellones, mientras se oían las melodías del festival de música ejecutado por las bandas del ejército, la Guardia Nacional y la Guardia Municipal. Hacia las cuatro de la tarde, el público era de unas 4.000 personas, pero el número de visitantes continuaba aumentando con la llegada de quienes se desplazaban "en carritos, en trenes especiales, en los millares de coches públicos y particulares, y aun a pie una gran mayoría". El espectáculo fue, sin duda, inusitado; no sin motivos, el presidente de la comisión organizadora pudo comentar que "Las fiestas patrias jamás han dado al entusiasta Santiago mayores apariencias de inspiración y júbilo que las de que le revistió ayer la gran fiesta de la Industria" (íd. 156-7).

Un Petit Cosmos de Modernidad

Los fabricantes y comerciantes que concurrieron a la Exposición trajeron por primera vez a Chile una impresionante colección de la más modernas máquinas y herramientas agrícolas surgidas de la Segunda Revolución Industrial. Por medio de tal despliegue de innovaciones tecnológicas, ese evento esencialmente mercantil recreó, a una escala menor y en versión periférica, la atmósfera de las ferias mundiales del siglo diecinueve, constituyéndose así en "un petit cosmos de la modernidad" (Tenorio-Trillo 1996: 3). Según esperaban sus organizadores, la exhibición y las competencias de maquinaria demostrarían a los hacendados chilenos las ventajas de la maquinaria y, con ello, no sólo los impulsarían a adquirir los modelos exhibidos, sino a hacer de la inversión en equipo agrícola una práctica permanente. En suma, la exposición contribuiría tanto a la expansión del mercado de equipo agrícola como a la intensificación del proceso de mecanización incipientemente desarrollado junto con el crecimiento de las exportaciones de trigo. Desde luego, eso suponía una ruptura importante con las prácticas prevalecientes en una sociedad rural en la que, según un observador, "Hablarles de máquinas a muchos de nuestros hacendados es como hablarles en griego" (Barros Grez 1859: 1).

Desde el punto de vista de su organización, la Exposición fue preparada por un grupo de prominentes agricultores, quienes contaron con la directa colaboración del gobierno. La iniciativa del intendente de Santiago, Francisco Echaurren Huidobro, encontró inmediata acogida en el presidente Pérez, y por un decreto del ministerio de Hacienda se definió los propósitos de la exposición y se nombró una comisión organizadora presidida por el propio Echaurren e integrada por Manuel Beauchef, Benjamín Vicuña Mackenna, Benjamín Ortúzar, Ruperto Ovalle, Santiago Prado y Domingo Bezanilla. Su primera tarea fue elaborar tanto el Programa como el Reglamento de la exposición que, a relizarse en la Quinta Normal de Agricultura el 1 de abril de 1869, consolidó en un sólo evento las dos exhibiciones, una de animales y otra de maquinarias, originalmente previstas en el decreto de Hacienda para septiembre de 1868 y enero de 1869, respectivamente. La exposición tendría como propósito estimular a los "hacendados del país" como a los "fabricantes nacionales y estranjeros" y a los "introductores de máquinas y herramientas de agricultura" a adoptar "las mejoras modernas introducidas en la labranza, la cruza de animales, la economía rural, y todo lo que tiende a abaratar y perfeccionar la producción". Para ello, se dividió en tres secciones -Máquinas y aparatos, Animales reproductores y Productos agrícolas, cada una a cargo de una sub-comisión, y en las que se exhibieron 561, 243 y 900 artículos, respectivamente. (Vicuña 1869b: VII).

Así concebida, la exposición fue ampliamente publicitada en la prensa nacional, periódicos extranjeros y, especialmente, por medio de las representaciones diplomáticas en Europa y Estados Unidos, "en cuyos centros manufactureros se contaba con despertar un gran interés, de imponderables resultados para el adelanto agrícola de la República" (Vicuña 1869b: VIII). Inicialmente, la respuesta no fue alentadora, pues los fabricantes extranjeros desconocían las características del potencial mercado al que se les invitaba a exhibir sus productos. Frente a esta situación, los organizadores obtuvieron autorización del gobierno para ofrecer a los expositores extranjeros una serie de concesiones, como la liberación de derechos de aduana, pago de la mitad del flete en ferrocarril de Valparaíso a Santiago, almacenamiento gratuito, pago parcial de los obreros enviados para operar la maquinaria y transporte de ésta por tren al lugar de exhibición. Esto último demandó, además, trasladar la exposición a los patios de la estación del Ferrocarril del Sur, pues se estimó imposible extender una vía férrea hasta el interior de la Quinta Normal. Además, la fecha de inauguración, que "había sido calculada de modo que nuestros agricultores pudiesen hacer sus pedidos para que alcanzasen a recibirlos en tiempo oportuno para la cosecha del año próximo", debió postergarse nuevamente, ahora por un mes, a causa del "retraso en el viaje de muchos buques que traian una gran parte de los objetos" (Bezanilla 1869: 164).

La importancia asignada a la maquinaria agrícola quedó de manifiesto en la febril actividad desarrollada en los patios de la "primera sección". La sub-comisión respectiva, presidida por Domingo Bezanilla, procuró publicitar de la manera más asequible las características de los diferentes modelos, demostrar sus cualidades de un modo concreto a través de "ensayos" o competencias, y facilitar su adquisición por parte de los eventuales interesados. Para conseguir dichos propósitos, determinó la confección de un Catálogo General y solicitó a los expositores que seis semanas antes de la inauguración enviasen una nota con las especificaciones, diseños (grabados) y el precio de venta de cada artículo "puesto en Santiago y en estado de funcionar". Esto último era especialmente importante, por cuanto se estableció que los expositores quedaban "obligados a servir los pedidos que se les hagan durante la Esposicion a los precios fijados en la antedicha nota, so pena de ser espulsados de esta Esposicion y de las ulteriores" (Vicuña 1869b: XVIII).



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_Católogo Oficial. Esposicion Nacional de Agricultura inaugurada solemnemente en Santiago el 5 mayo de 1869_


La exhibición fue ampliamente dominada por los expositores británicos. Ello fue, desde luego, otra expresión más de la hasta entonces indisputada hegemonía de las Commission Houses británicas en América Latina, las que, como en otros países de la región, desde el comercio de importación-exportación extenderían su control a los sectores más importantes de la economía chilena (Cavieres 1988, Miller 1993). La maquinaria británica, informó el presidente del jurado, se destacaba "no sólo por la cantidad y variedad de objetos exhibidos, sino por la perfeccion y solidez de su construccion". En efecto, habían concurrido importantes industrias, incluyendo a Balfour & Co., Thomas Bradford, R. Moreland & Son, New British Iron Co. (Londres), M. Allcock(Manchester), Ashby & Jeffery (Stanford), Charles Burrell (Norfolk), Clayton & Shuttleworth, Penney & Co., Ruston, Proctor & Co. y Robey & Co. (Lincoln), Ransomes, Sims & Head, (Ipswich), Garret & Sons (Suffolk), Griffith Browett, y Hatch & Co. (Birmingham), R. Hornsby & Sons, (Grantham), James & Howard, (Bedford), Matthieson & Sons, (Edimburgo) (Bezanilla 1869: 165).

Los expositores franceses, por su parte, también acudieron en un número considerable y exhibieron, mayoritariamente, maquinaria y herramientas para el cultivo de la viña y la elaboración del vino, las que merecieron sendos elogios. En general provenientes de París, se contaba entre ellos a Bailly y Cía., Farolés et Fils, E. Ganneron, C. Laburthe, Mabile Frères, Million Guiet y Cía., C. E. Piderit. En su Informe Preliminar sobre la primera sección, Julio Menadier, entonces contador de la Exposición, observó que los aparatos franceses "eran de una comodidad tan sobresaliente que, al desencajonarlos" para ser instalados en la exhibición, "no sólo se vendían, sino que se encargaron traerles de Francia" y que "bastaba verles para abrirles un mercado abundante y provechoso" (Menadier 1869: 338).

Por el contrario, la presencia de fabricantes estadounidenses fue notoriamente pobre. Domingo Bezanilla observó que "con estrañeza se ha notado que nada o mui poco nuevo hemos visto de esa nacion", lo que le resultaba paradojal considerando que "desde muchos años atrás" en Chile se empleaba "casi esclusivamente" maquinaria norteamericana (Bezanilla 1869: 169). En realidad, esto último no era efectivo. La maquinaria estadounidense era más bien secundaria, en buena medida porque los agricultores preferían las máquinas inglesas, pues les parecían mejor hechas y más durables. Por otra parte, la presencia de los fabricantes nacionales fue escasa, hecho que Vicuña atribuyó a "la poca fe que se tiene en los primeros ensayos de empresas vastas i desconocidas", sino sobre todo a la "timidez i apatia propia (por qué no decirlo con entera franqueza?) del carácter nacional" (Vicuña 1869b: XVI).

A juzgar por las apreciaciones de los organizadores, tanto por la calidad y variedad de la maquinaria exhibida, la exhibición misma fue altamente satisfactoria. Así por ejemplo, el jurado alabó la "preciosa colección" de arados, cultivadores, desterronadores, etc., de Ransomes, Sims & Head", destacando que muchos modelos que eran "sumamente adecuados a nuestros terrenos y [que] nuestros agricultores se han apresurado a adquirir". Semejante fue el caso de las segadoras, tanto "recolectadoras y simples", de Hornsby & Sons; y las del "sistema Samuelson" de Ransomes, Sims & Head, "de las que se han hecho diversos pedidos en vista del resultado dado por ellas en los ensayos de competencia". Igual mención merecieron las sembradoras en línea de Hornsby y de Garret, por la "gran economía de granos y la facilidad con que pueden limpiarse las sementeras"; en tanto que colección de trilladoras y motores a vapor o locomóviles dio lugar a comentarios entusiastas del presidente del jurado, quien señaló que "todo lo que se conoce más perfecto en estas importantes máquinas hemos podido verlo y compararlo" (Bezanilla 1869: 164-166).

Desde el punto de vista de la difusión de las innovaciones exhibidas, las actividades más importantes de la Exposición fueron los ensayos, es decir, las competencias en que se evaluó el rendimiento de los modelos de presentados por los distintos fabricantes. Educados en la racionalidad propia de la modernidad tecnológica imperante, los organizadores los efectuaron de acuerdo con detalladas indicaciones contenidas en reglamentos ad hoc elaborados por quienes poseían un mayor conocimiento de la "mecánica agrícola moderna". Sólo así los ensayos podían constituir verdaderas demostraciones empíricas de las cualidades de las nuevas tecnologías, lo cual era fundamental para su posterior introducción y difusión.

En el ensayo de trilladoras, por ejemplo, que se llevó a efecto en el primer patio, de unos 4.000 metros cuadrados, compitieron 16 máquinas a cada una de las cuales se asignó la tarea de trillar 600 gavillas de trigo, con un peso total de 5.000 kgs. Los modelos fueron evaluados considerando una serie de aspectos, a los cuales se asignó puntaje de acuerdo a su importancia relativa. El factor prioritario, representando un 30%, fue el rendimiento, es decir, "la mayor cantidad de paja con trigo que con una misma fuerza puede trillar una máquina en un tiempo dado". A continuación, con un 25%, se juzgó las características de la "construcción" por medio de un "prolijo y detenido examen de cada máquina", tomando en cuenta su "solidez, que importa mayor duración" y, "circunstancia tan esencial en nuestra situación actual", la "sencillez" de su funcionamiento, puesto que de ella dependería en buena medida su exitosa difusión. Además, se consideró otras variables, como la menor pérdida de trigo en la paja (17%), menor quiebra de granos (10%), limpieza del trigo (8%). Finalmente, se ponderó en un 10% el factor precio, otorgándose

"el mayor número [puntaje] de esta condición a la que menos valía y se comparó sucesivamente cada una de ellas con el precio y número de puntos correspondientes a la más barata, adjudicándoles los que comparativamente les correspondían"
.


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_Católogo Oficial. Esposicion Nacional de Agricultura inaugurada solemnemente en Santiago el 5 mayo de 1869_


En función de dichos criterios, el primer premio, consistente en una medalla de oro y $800, se otorgó a la trilladora no. 179, de Ransomes, Sims & Head, capaz de producir unos 300 hectólitros de trigo al día y cuyo precio era de $1.540 en Valparaíso (Bezanilla 1869: 185-188; Vicuña 1869: 59).

Por su parte, el ensayo de las locomóviles, las máquinas más sofisticadas y cuya presencia representaba la irrupción definitiva de las tecnologías de la Revolución Industrial en el paisaje rural chileno, concitó la mayor atención. En su evaluación, los jurados contemplaron su "buena construcción, solidez y facilidad de transporte", así como la economía de combustible, la "sencillez" del sistema y el precio. Ponderar el rendimiento de una locomóvil no parecía una tarea simple, puesto que se dispuso que cada máquina fuese vigilada por a lo menos cuatro jurados:

Uno de ellos cuidará de apuntar las fluctuaciones, casi imposibles de evitar en la graduación de la aguja del manómetro. Otro estará a cargo del contador de vueltas del volante y los demás cuidarán del equilibrio del freno. Los cálculos serán revisados por todos los miembros presentes al ensayo (Bezanilla 1869: 197).



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Al igual que en la competencia de trilladoras, la medalla de oro se concedió a un modelo de Ransomes, Sims & Head, la locomóvil no. 368: un motor a vapor de 10 caballos pero que podía trabajar al triple de esa potencia, y cuyo precio era $1.700 en Valparaíso. Según se destacó, los modelos de esta clase eran "muy sencillos y fáciles de manejar" no sólo en la trilla sino también para accionar molinos de harina, sierras circulares, máquinas de tascar lino y cáñamo, "y en jeneral para propeler toda máquina que requiera una gran fuerza de propulsión" (íd.: 199, Vicuña 1869b: 97).

La "Fiesta de la Industria": Un Balance

La Exposición no sólo cumplió con las expectativas inmediatas de sus organizadores; también tuvo importantes proyecciones a largo plazo. En primer lugar, la exhibición consolidó el mercado de maquinaria agrícola, lo cual era indispensable para la modernización de una actividad hasta entonces visiblemente atrasada en materia tecnológica. De acuerdo a notas reproducidas en publicaciones locales, esto fue reconocido incluso por algunos medios extranjeros. The Engineer, un periódico publicado desde 1856 en Londres, por ejemplo, destacó que a ella habían concurrido "con las mejoras más modernas...nuestros más grandes fabricantes" (Boletín 1869: 40). Mientras que, de acuerdo con la versión reproducida en la efímera Revista Agrícola, el corresponsal de Le Precurseur (Amberes) señaló que

La esposicion ha dado un gran impulso al empleo de las máquinas: todos los grandes propietarios han hecho pedidos considerables de instrumentos de labranza i nadie duda que de aquí a algunos años la produccion agrícola no haya aumentado considerablemente (Revista Agrícola 1869-1870: 61).

En efecto, la Exposición trajo como consecuencia un notable crecimiento tanto de las importaciones como de los stocks de maquinaria y herramientas agrícolas, lo que se tradujo en una mayor difusión del proceso de mecanización. Sin incluir locomóviles -en la Estadística Comercial no se puede determinar si eran importados para ser usados en la agricultura, el número total de máquinas importadas se incrementó de 475 en el quinquenio 1864-1868; a 1.946 en el que siguió a la Exposición; lo que en valor representó un aumento de $111.821 a $531.832. En términos más específicos, debe destacarse el incremento de las importaciones de segadoras y trilladoras durante este período, de 37 y 107 a 573 y 412, respectivamente. Por su parte, de acuerdo a los registros más tempranos de que se dispone, las "existencias" de maquinaria se duplicaron inmediatamente después de la Exposición: de un total de 783 en 1868, a 1.737 el año siguiente. El aumento más significativo se registró en el número de trilladoras: 137 en 1868, 285 en 1869, 388 en 1870, 403 en 1871, 506 en 1872, 725 en 1873 y 825 en 1874 (Robles 1996: 111-6).

A su vez, la consolidación del mercado de equipo agrícola facilitó la mecanización de un sector de propiedades y, por tanto, intensificó la diferenciación en el sistema de haciendas. En algunas de ellas, el uso de maquinaria se extendió rápidamente a todas las fases del proceso productivo. Un caso notable de estos "fundos modelo", como los llamaron los contemporáneos, fue la hacienda "Viluco", de propiedad de Rafael Larraín Moxó. Según la descripción hecha en 1872 por Julio Menadier, ahora redactor jefe del Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, Viluco contaba con 180 arados americanos Howard & Grignon, dos motores a vapor, dos "motores de agua" (ruedas hidráulicas), una trilladora Ransomes, tres trilladoras Pitt, dos aventadoras, diez cribas rotatorias, un molino mecánico portátil, una tascadora, una desgranadora, una aserradora Buckley, cinco segadoras Governor & Buckley, además de trituradoras, destroncadoras, gradas, rodillos, etc. Menadier observó también que

Los grandes almacenes de máquinas y herramientas no sólo llaman la atención...por su orden, simetría y buen arreglo, sino también por la injeniosa colocación de los locomóviles, que pueden hacer funcionar toda la maquinaria en la esplotacion de las industrias agrícolas (Menadier 1872: 209).

Sin embargo, el impacto de la exposición trascendió el ámbito del comercio de máquinas agrícolas y su uso en las haciendas por ellas "modernizadas". Su proyección más importante fue la refundación, en octubre de 1869, de la Sociedad Nacional de Agricultura, con lo cual los "agricultores progresistas" dieron expresión orgánica a su proyecto modernizador y un paso fundamental para impulsar la transformación de la "agricultura nacional". Según se señaló en su publicación oficial, el Boletín, con la refundación de la Sociedad los agricultores progresistas pretendían ampliar la base social de su proyecto modernizador involucrando en su realización al conjunto de los terratenientes. Así, en los Estatutos se declaró expresamente que se constituía para poner fin a "la falta de organización de los grandes hacendados", la que consideraban "uno de los obstáculos más poderosos que impedían el desarrollo agrícola" y que, más aún, contrastaba con la situación de "todas las demás industrias [que] adquieren una representación propia que les imprime una vida poderosa" (Boletín 1869: 3-4).

Desde su fundación, la nueva Sociedad concentró su labor de fomento agrícola en promover el perfeccionamiento de los métodos de producción. Aunque aparentemente obvia, este énfasis en la "agricultura aplicada" representaba una diferencia sustancial respecto de las instituciones que la precedieron y que por sus propósitos más heterogéneos se habían asemejado más a las "sociedades de fomento" de la tradición ilustrada hispánica. Ese había sido el caso de la Sociedad Chilena de Agricultura y Colonización, fundada en 1838 por iniciativa de José Miguel de la Barra y disuelta en 1849; así como el de su sucesora, la Sociedad de Agricultura, organizada en 1856 por "unos jóvenes entusiastas", como observaría retrospectivamente uno de ellos, el propio Benjamín Vicuña Mackenna, al comentar su corta duración, pues se disolvió en 1858 (Izquierdo 1968: 24-26).

La Sociedad asignó, desde luego, una importancia preferencial a la maquinaria agrícola. Para estimular su introducción por parte de los grandes hacendados, junto con publicitar en el Boletín las características de los principales tipos de máquinas, la Sociedad se planteó introducir en forma experimental aquellos modelos que, demostrando una mayor adaptabilidad técnica al primitivo medio agrícola nacional, pudieran luego ser adquiridos por su intermedio. A ese efecto, en sus estatutos se declaró que

hará adquisicion de las maquinas i herramientas mas modernas...i se proporcionará en arriendo o de otro modo un local aparente para el trabajo de las maquinas i herramientas i demas objetos indicados (Boletín 1869: 5-6).
Ese fue el punto de partida de su rol como institución de desarrollo agrícola, el que desempeñó durante el último tercio del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, a diferencia de lo expresado por Vicuña Mackenna en su discurso inaugural, la Sociedad no se mantuvo ajena al "aire emponzoñado de las sectas y de las polémicas". Por el contrario, su función política en defensa de los intereses de los grandes hacendados se hizo cada vez más evidente. De hecho, hacia 1920, cuando los partidos políticos y organizaciones sindicales de la clase media y los trabajadores intensificaban sus ataques contra los "latifundistas" y la "oligarquía", los terratenientes -cada vez menos "progresistas"- convirtieron a la Sociedad en aquel "poderoso y sofisticado grupo de presión que se haría familiar a los observadores de América Latina en los años sesenta" (Wright 1982: xviii).

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